Sobre vivir con VIH/sida y no morir en el intento

Linfoma. Esa era la nueva palabra. La nueva palabra que penetraba en mi mente como un taladro y la desgarraba y mutilaba sin piedad. Como si no fuera suficiente con los acrónimos VIH y sida, estas 7 letras, 3 sílabas, 4 consonantes y 3 vocales volvían a hacer temblar los escasos cimientos que había conseguido reconstruir en mi vida en estos 11 meses viviendo con la enfermedad, o mejor dicho, siendo consciente de ella.
Había conseguido volver a trabajar, volver a ser una persona independiente y a tener una visión de futuro, un futuro más que mediocre, pero un futuro al fin y al cabo.
Pero ni eso. Dios se había cebado conmigo. Me había dado una pequeña esperanza que me había vuelto a arrebatar. ¿Por qué no me llevará de una vez? ¿Por qué no dejará de jugar cruelmente conmigo? Aunque bien mirado, lo del linfoma es no es algo raro en gente con sida. Había tenido suerte de no haber pillado nada con mi sistema inmunológico prácticamente aniquilado pero la suerte algún día se tenía que acabar. No, no era cosa de Dios, simplemente era lo que tenía que pasar, fuí un irresponsable en mis relaciones sexuales y a consecuencia de ello esto es lo que me tocaba ahora, no se de qué me tendría que quejar, fuí yo, sólo yo, el responsable de mis actos. Así que esperaba morir pronto y que se acabara todo el sufrimiento, y punto. Pero no, no podía rendirme, volvería a luchar hasta el final, hasta el último aliento, no tenía nada que perder... aunque fuera por no hacer sufrir de tal manera a mis padres, perder a un hijo debe de ser lo más horrible para unos padres, y más siendo hijo único… Aunque sinceramente esta vez pensaba que sí que me iba a ir, por mucho que luchara. Mis CD4 seguían cayendo en picado, 60 en el último análisis, y la quimio y radioterapia aún debilitarían más a mi casi inexistente sistema inmunológico. Yo también estaba cada día más flaco y más débil pero aún así saqué fuerzas de donde no las había y pude cargar al coche las escasas pertenencias que tenía en el almacén en el que vivía en Nuneaton y me mudé a mi nuevo hogar, un hogar mucho mejor, realmente espléndido, una enorme habitación en una abadía del siglo XXII en medio de un precioso y enorme parque no lejos del centro de Northampton. No era el cielo, como creí en un primer momento, pero casi. La empresa que me ofrecía el baratísimo alojamiento en Nuneaton a cambio de unos mínimos servicios de seguridad tenían una vacante en este majestuoso sitio y decidí mudarme ya que estaría más cerca del hospital donde me venían atendiendo. Las visitas al hospital se hacían cada vez más frecuentes, estaban preocupados por mi fortísima anemia, mi constante pérdida de peso, mi fiebre continua, mi bajón de CD4s y mi hígado y bazo cada vez más y más inflamados. Seguían haciéndome pruebas y más pruebas pero para lo del linfoma necesitaban una biopsia de un ganglio linfático inflamado y en el escáner tradicional sólo vieron uno que estaba detrás del estómago en un sitio poco accesible y peligroso, así que me hicieron un nuevo escáner más preciso, aquel PET-CT scan del que hablaba en aquel post el día de mi 29 cumpleaños, en el cual vieron que me podrían sacar una biopsia de un ganglio linfático del sobaco, un sitio mucho más accesible. Aún así para asegurarse de que no moviera el brazo en la biopsia no me libré de una anestesia general, una experiencia un tanto curiosa que nunca antes había vivido.

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